Señor Menendes

El Don gestiona desde su viejo sofá de fieltro desgastado sus mil y un negocios, todos ilegales. Leyes y camisetas no están hechas para su torso desnudo, como atestiguan las manchas de sudor en el tapizado.
Parapetado por fotografías de cuando no era tan viejo, tan calvo, tan gordo y, ni mucho menos, tan asqueroso, reparte órdenes por Whatsapp a sus secuaces, con la magmánima sonrisa del que se sabe superior.
-”O dinheiro e para gastar-lo. A vida e uma festa”- dijo mirándome a los ojos, lentamente, mientras limpiaba el cañón de su revolver con un pañuelo de seda bermella.
Me trocó dólares a un precio abusivo, pero al menos puedo decir
que vivo, no solo para contarlo, sino también para gastarlos.

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