Electro-preste

«Enhorabuena, más hecho Match.»

Nuestras pupilas dilatadas se cruzaron en el after.

Hablamos de sociología y política nacional, al compás del psy-trance.

Advertí, por su sonrisa bruxista y aún detrás de sus gafas oscuras, la mirada cómplice del DJ Dealer del boliche.

Sus besos eran fríos e insaboros, como mi agua de botella, como sus botas acharoladas, como el condón en mi billetera.

Ketaminosa, me engatusó para que yo la engatusara a poner colofón a la noche en mi depar.

Arrecha, se declaró extasiada antes de partir.

”Deslizar a la izquierda”

A la mañana siguiente, el aroma de fruta artificial de la Aspirina efervescente invadió mi estomago vacío.

Señor Menendes

El Don gestiona desde su viejo sofá de fieltro desgastado sus mil y un negocios, todos ilegales. Leyes y camisetas no están hechas para su torso desnudo, como atestiguan las manchas de sudor en el tapizado.
Parapetado por fotografías de cuando no era tan viejo, tan calvo, tan gordo y, ni mucho menos, tan asqueroso, reparte órdenes por Whatsapp a sus secuaces, con la magmánima sonrisa del que se sabe superior.
-”O dinheiro e para gastar-lo. A vida e uma festa”- dijo mirándome a los ojos, lentamente, mientras limpiaba el cañón de su revolver con un pañuelo de seda bermella.
Me trocó dólares a un precio abusivo, pero al menos puedo decir
que vivo, no solo para contarlo, sino también para gastarlos.

Doctor Nogueira

-”No hay por qué avergonzarse”- oí, en tono grave e impostado, al ver la luz al final del túnel del desmayo.

No entender nada no me impedía apreciar el fulgor de los brillos que los candelabros proyectaban en su Rolex falso, que adornaba su fibroso antebrazo, vacacionalmente moreno e inmaculadamente hidratado.

-”Es usted afortunado de tener tal mujer a su lado”- engolaba su voz como galán de telenovela, mientras besaba con mirada lateralmente lasciva el dorso de la mano de mi reciente esposa.

-”Le daré mi contacto en caso precisara de mis servicios”- remató, antes de partir, con sus impolutos mocasines blancos, para continuar devorando ruidosamente su bandeja de ostras frescas.

Yemanjá

Esa mujer flaca, con agua por las rodillas, mojando su raído vestido descolorido por el salitre, no era tan mayor como para llamarle anciana.

Esa mujer mayor, de pies ásperos y pelo de algas, demasiado ajada como para llamarle mujer.

Esta mujer morena, de piel recorrida por miles de soles, se mantiene firme, mas no erguida, con una bandeja temblorosa en la mano, llena de desgastadas conchas tintineantes que vende a 2 reales.

Esta mujer de pechos caídos, de vientre abultado por el hambre, y por el hombre que le dió tantos hijos como abortos, antes de que el mar se lo llevara para siempre…

Esta mujer sonriente, pero de ojos opacados por décadas de singladuras y derroteros, por el olvido de aquel que ella ya tampoco recuerda, aunque musite su nombre como oración a la brisa del poniente, cuando le entrega una flor a la bahia.

Esta mujer ahora se aleja, siempre olhando embaixo, na areia, sin esperanza de encontrar una estrella de mar aún no quebrada.

Chirusa

Sus hermosos ojos del Guadiana se volvieron a fijar en mi, tras semanas de indiferencia.

Había estado ocupada, o de viaje, o su perra había muerto, o su abuelo tuvo cachorros, o viceversa.

Sus excusas podían variar,
pero no así
la estabilidad de su inestabilidad,
la predecibilidad de su locura,
la autenticidad de sus mentiras,
su inquebrantable compromiso con el libertinaje,
su eterna fidelidad a la omnigamia.

El latigazo del Diablo

Hastiados bajábamos de aquella cumbre infinita y ventosa.

Ese repentino huracán nos dejó ciegos y sordos de inmediato. Perdimos el contacto, cada uno de nosotros luchando, cada vez más despacio, contra la nada.

Dicen que algunos se acurrucaron, sin esperanza de que pasara, pero sin fuerza para hacer nada más.

Yo intentaba, y aún intento, cavar en la nieve, para guarecerme.

Dicen que morimos en cuestión de minutos, capaz segundos, congelados.

Yo aún no les creo.

Aún no les creo.

No.

No les creo.

-2

La luz se encendió y la puerta de acero se cerró tras él. Le pareció extraño que no hubiera el habitual espejo al fondo del cubículo. En su lugar había unas baldas vacías y unos ganchos en el techo.

Un número negativo lucía en rojo sobre el dintel. Desubicado, pensó que había descendido demasiado. Pero en las heladas paredes no había botones de ascensor, que buscaba desesperadamente.

Allí lo encontraron. Temblando por el frío, estremecido ante el avanzado deterioro de su memoria.

Sandía

Mientras paseábamos por la finca, me contó que era “su fruta”, carnosa y jugosa, fácil de cultivar.

Acumulaba todas las pepitas en un lagar y llevaba también en un monedero, que acariciaba en el bolsillo disimuladamente. Según ella, los demonios no pueden resistirse a contarlas si son arrojadas al suelo.

Dimos varias vueltas entretanto caía la tarde, pero ninguna de ellas nos llevó a algún huerto.

Rosa palo

A Ene.

Apareció en el bolsillo interior de su americana. No supo en qué momento pudo quedarse ahí.

Recordaba que había deslizado esa escasa tela, medio transparente y con encaje.

El aroma juvenil y unos apellidos en siglas bordadas se mofaron, con sonrisa vertical, de su flaqueza.

Mesita

El pasado crepitaba y los males se extinguían, alegres,
Humo gris, negro a veces, nutriendo el Allaj Pacha
mientras las cenizas colapsaban despacio
pero inexorablemente precipitándose a los dominios de Katari.

Tu miedo me asustó cuando la sombra de la noche
cobraba enorme y amenazante forma arácnida,
y el asco, compartido y verde oscuro,
nos llevó al recogimiento.

Mi ser en el afelio y tu luna menguante,
danzando, espíritus libérrimos,
al son de los minúsculos coristas de la selva.

Cuando El Cielo visita La Tierra, unidos
en 2 reinos eucariotas,
en 4 metros nada cuadrados,
en 6 horas infinitas,
en 8 atmósferas de impresión
y 1024 inmensurables unidades de placer…

En el Universo infinito de círculos concéntricos en el que finalmente y primordialmente SOMOS.
Pura Galaxia, Pura Esencia, Pura Verdad, Puro Todo.
Puro NOSOTROS.

Noche Buena

Estaba a 4400 m. de altitud, en ningún lugar del espacio ni del tiempo. Algunos lo llaman Reserva Avaroa, desierto de Atacama, pie del Volcán Licáncabur.

Habíamos brindado con vino tinto y agua caliente. Basilia tenía físico de anciana cholita, carácter travieso de joven díscola, y mirada de escrutante divinidad.

–Es la primera vez que vino tomo– me dijo a sus 70 años.

La repetitiva música autóctona embriagaba el ambiente.

–¿Tienes esposa?
–No.
–¿Y por qué?
–Ahora, esposas y esposos somos complicados. Egoístas somos.
–Pero tendrás una docena de amigas.
–Nooo ¿qué se ha creído usted? –le miré con afectada indignación– sólo media docena.
–Je, je.
–Es usted muy simpática.

Sonrió con melancólica dulzura

–Usted se parece a mi abuela.

Me miró a los ojos durante 3 segundos bieeeen largos, con una sonrisa eternamente familiar.

–Igual soy yo.

Las coloridas líneas del Awayo de linóleo eran representación fidedigna de la flecha que me atravesaba el ánima.

Entonces supe que, aquel día, era Navidad.

Protocolo

Odiaba las piezas de vajilla ajadas en los bordes, aunque fuera inapreciable.

Comenzó en una sobremesa, cuando mi hermana se autolesionó los labios con un vaso escantillado. Nos llevó entonces a Urgencias aquel novio de mi madre que se hacía cargo en sus ausencias.
En el triaje, la doctora nos emplazó a los dos a esperar en otra sala mientras la examinaban.

No tardaron mucho en venir también a buscarme.

Juku

El griterío acercándose desde la bocamina agudizaba los efectos del soroche.

En la profundidad del paraje, junto al Tío, renegaba entre trago y trago, lamentando que a él le habían arrebatado los adjetivos.

Ni la Pachamama, con su indolencia a la sintaxis, podría evitar que la ley de la mina se aplicara en el Cerro Rico.

Olim

Sus hijos encontraron una libreta oculta, de aquellas de espiral oxidada.

Manuscritas delicadamente, cada una de las siete líneas que contenía constaba de dos bloques de caracteres, a modo de listín, pero simétricamente cifrado.

Su hija menor, única heredera del gusto por las claves, no tardó en comprender aquella revelación.

Desde el confidente teléfono familiar, marcaría, una vez, a cada una de ellas.

Hipergamia

Mi mano, también regada en el reto de la chupitería, recogía torpemente su melena. Intentaba acomodarla evitando su boca, mientras su espalda me mostraba una energía desatada en cada furtivo espasmo.

Se despidió desde el taxi con disculpas y un beso arrojadizo. Le hice señas para que me escribiera un mensaje cuando llegara a casa, con la esperanza de mantener el contacto.

Una manzanilla, ya fría al amanecer, tampoco consiguió que el corazón de ella olvidara.

Golpe de suerte

Doña Asun se disponía a sortear uno de los escasos objetos publicitarios que el Domund había dejado en aquel hacinado colegio rural.

Se fijó en aquel niño solitario, ni listo ni tonto, que a veces rezumaba un leve olor a pipí, y del que no recordaba a sus padres. Apretaba puños y ojos hasta exprimir lágrimas, y sílabas piadosas escapaban de sus labios, desesperado por recibir la atención de la esquiva fortuna.

Tan insignificante era el premio, que la maestra de primaria no dudó en amañar el resultado. Y se lo entregó al infante, que asomó una reciente sonrisa desdentada.

A la mañana siguiente, en su húmeda almohada, el ratoncito Pérez seguiría sin aparecer.

Sonatina

Sus manos gélidas, dirigidas por el ópalo azul de sus ojos, interpretaban las notas de la particella, muy racionalmente, para no defraudar a la perfección matemática del compositor.

Ella frente al piano. Único espectador del que aceptaba una opinión.

En la nocturnidad de su cuarto, sábana de coralina mediante, se templa su tacto en compases sigilosos de Burrito Blanco.

… nada personal

Caminaba, con paso ágil, por el estrecho camino que atravesaba aquel parque oscuro. Cuando oí los pasos que surgieron de entre los matorrales, ya sentía el frío afilado del acero en la garganta.

Fue muy breve, y aún más desagradable.

Al marcharse, mientras me recolocaba la ropa, musitó esa frase que me sigue martilleando.

38. Adiós, esmarfouns, ¡que os desconecten!

A Agustín García Calvo

Enorme placer el estar ya muerto como decís vosotros, fundido con el no-ser como digo yo.

Libre de la Realidad, de las morroñosas trampas de la no-veracidad con las que añadís cada día, a vuestras infectas heridas, ese dolor inagotable.

Enorme placer no tratar ni de lejos con vosotros, tropa de ovino comportamiento, apocados simios que discurrís por el mundo del Capital, blandiendo los esmarfouns, con sus formas de portátiles atauditos (pues la palabra ataúd también tiene diminutivo), para que el Capital sea en ellos, y de paso en vosotros.

Y a esto es a lo que me refiero…

A los que aturden vuestros ya atrofiados cerebros con ese vómito de noticias, música, mensajes, opiniones y bromas a las que, cuando intento llamarles información, sólo consigo denominarlas ruido.

A los que matan la reflexión, provocando que el pensamiento apenas horade un estímulo antes de lanzarse al siguiente, y ya, antes de haber llegado a este y de tomar siquiera la forma de idea embrionaria, arrojarse a la senda dela infinita expectativa para producir su racimo de abortitos del raciocinio.

A los que asesinan La Paciencia, que nuestros mayores consideraban «el arte de la Ciencia» (y, por tanto, del Conocimiento), pues en los Reinos de Nuestro Señor San Gúguel, las respuestas se generan en sincronía con las preguntas; la Realidad se prostituye, barata, en forma de unívoca e inmediata respuesta a golpe de clik.

A las máquinas perras y tragaperras del pensamiento, cuya borrachera de luces y sonidos viene con el despertar de la devastadora resaca de la idiocia multitarea (multi-tás, diréis los clauns que creéis que sabéis inglés).

A los homicidas de la sorpresa, de la posibilidad, de la espontaneidad, del aburrimiento, de la creatividad y de la génesis.

A los que inoculan pasividad y cercueil-dumbre en las almas de vosotros, victimario.

A ese cloroformo necesario para la extirpación del brillo en la mirada, para la extracción de las glándulas supra-reales que la Administración requiere para todo su rebaño, vosotros que os llamáis vivos.

Por ellos, la Realidad os acompaña siempre para que, ciegos de luz, sordos de ruido e inútiles de utilidades, se os ahorre la molestia de vivir, de gestar cada una de vuestras Verdades, postrando vuestra mirada al pozo luminoso de la Administración de Muerte que el Capital os obliga a comprar.

El navegador os dirá, zombidiotas, con su voz de hembra inane, por donde ir a adquirir la Felicidad que la Realidad os promete. Acariciaréis su estéril pantalla táctil con la delicadeza y destreza con la que nunca lo haríais en caso de tratarse de un órgano sexual, ni propio ni ajeno.

Los cacharritos, faros de La Felicidad para enajenados, ojos de Demonio, os acercan a la Realidad virtual no virtuosa, alejándoos de la Verdad personal, de las virtuales realidades. Regalando vuestra vida a cambio de cuentas de colores, os repanchingáis en la portátil poltrona que entroniza al Capital y a su Administración de la Muerte.

Esos cachivaches os permiten, mequetrefes, realizar maravillas tales como, a saber:

  • consultar la antepenúltima letra de la hipo-teca, gracias a la aplicación que vuestro Banco de tortura del Capital os facilita.
  • digerir las últimas ideas defecadas por la progresía o el facherío (en función de vuestras escatológicas preferencias), elaboradas por las lavadoras de cerebros del Capital.
  • saber la temperatura que hace al otro lado de tu ventana (no vaya a ser que se te ocurra abrirla).
  • mandar una broma casi sin gracias a alguien que casi no te importa.
  • otros prodigios…

Perdonad, ¡se me olvidaba! Os ayudan a generar, gracias a los selfis colgados en faith-buk esa identidad con la que proyectar vuestra infra-vida mediocre hasta la pretendida estratosfera del reconocimiento social. Lamentablemente, oh necios, la catapulta de atención de vuestros idiotizados congéneres apenas alcanza el segundo piso y, siendo fugaz como floración de amapola en barbecho, os veis obligados a, con redomado esfuerzo, volver a generar contenidos, de los que ser meros continentes.

¡Ay, petimetres! que os sabéis en vuestra certeza omnipotentes y omniscientes diosecillos de aplicaciones, mientras no sois más que muertos murientes de andar por casa, aplicados alumnos de La Administración… ¡Qué sabréis de libertad, vosotros, encadenados!… ¡Qué sabréis de poder, vosotros, incapacitados, desengrasadas sillas de ruedas para vuestros tetrapléjicos pensamientos!

Cuan dichoso yo, pues ya muerto, no oigo las molestas alertas y notificaciones de la Administración de Muerte en cómodos plazos, ni siento la desconsoladora vibración que exige inmediata atención a sus necesidades, ni me siento vacío al sentir su ausencia en mi bolsillo. Dichoso yo, que ni busco ni buscaré ya nunca ese mensaje, el único esperado, ese que nunca llega…

¡Ay, founs , que os den por el Futuro! Que por el mismo agujerito por el que recibís la descarga, os den más de lo que podáis resistir. Desde aquí, desde la Verdad de la Nada, os mando por guasa vuestro afamado emoti-con de sonriente ñordo.

¿Agustín García Calvo?